Ir al contenido principal

Capítulo Extra: ¿Maldita mi Suerte? (Gabriel)




Las discusiones con mi padre siempre acaban igual, con él mirándome altanero y yo intentando contener mi lengua a duras penas.
Salgo de su despacho mostrando una indiferencia que no siento en absoluto. Paso por delante de su secretaria y me despido con un simple movimiento de cabeza. Justo cuando voy a salir por la puerta para coger el ascensor, Evan me intercepta.
—¿Cómo ha ido la reunión?
—gruño y esa es toda la explicación que ahora mismo va a obtener de mí y él lo sabe.
—Ya veo… ¿Salías?
—Sí —contesto apretando la mandíbula.
—Está bien, después hablamos.
Asiento y salgo de allí sin decir nada más. Evan me conoce y sabe que ahora mismo no quiero hablar, solo salir, despejarme y luego volver y seguir adelante.
Camino por las Ramblas hacia abajo, en dirección al puerto, mientras siento como la rabia empieza a diluirse en mis venas. No puedo entender como después de tanto tiempo su efecto sobre mí sigue siendo casi el mismo que cuando era pequeño.
Da igual lo que haga o lo que diga, él siempre tiene algo que objetar a mis propuestas. En este momento decido que ya he soportado bastante su mierda, voy a dejar el bufete y a montarme uno propio.
Sigo caminando despacio, voy observando a la gente a mí alrededor. Mucha gente va acelerada e ignorando a los demás. Algunos hablan por teléfono mientras caminan con paso apresurado, otros van escuchando música, otros van acompañados hablando entre ellos.
Cuando llego al final decido ir hasta el centro comercial, sentarme allí un rato y solo dejar que la brisa del mar se enrede con mis pensamientos. Cruzo el puente del Maremágnum y me dispongo a sentarme en uno de los bancos, cuando veo en una de las terrazas a un par de amigos de mi padre. Haciendo ver que hablo por teléfono para ocultar mi cara, entro en el centro comercial. Son muy pesados y ahora mismo yo no quiero hablar con nadie. Camino sin un rumbo fijo cuando veo algo que llama mi atención: una heladería. Siempre es buen momento para un helado de chocolate.
Entro y le pido a la chica una tarrina de chocolate negro, mi favorito. Me aparto a un lado mientras espero y veo como en ese momento entra una chica con unas pintas peculiares y sin fijarse en que estoy ahí, le pide a la chica un helado. Ella asiente y va a preparar los pedidos. Me giro ligeramente y mientras finjo mirar el móvil, observo a la chica que acaba de entrar. Lleva puesto una especie de mono de diferentes colores y su pelo castaño cae suelto hasta media espalda. Está mirando su móvil, cuando veo que sus ojos cada vez se abren más, sorprendidos por algo que están viendo. Empieza a hacer gestos extraños, debe estar nerviosa, porque incluso da un par de saltitos. Sonrío, pensando que me parece graciosa.
—Aquí tiene —dice la heladera, señalando la tarrina de chocolate.
—¡Oh, gracias! —oigo que dice la chica mientras yo alargo el brazo por su lado y cojo la tarrina.
—Gracias —le digo a la dependienta y a la vez saco un billete de cinco euros de mi bolsillo.
—Perdona, ese helado lo he pedido yo. —¿Me habla a mí? Me giro hacia ella y la miro con una ceja alzada.
—No, este helado es mío —le digo.
—Mira, he tenido un día penoso. ¡Necesito ese helado! —Me grita, como si a mí me importara una mierda ahora mismo que su día haya sido penoso, seguro que no supera el mío ni de lejos.
—Lo siento por ti. Pero yo lo he pedido antes —respiro hondo y le contesto al fin.
—Son cuatro con ochenta euros. ¿A quién le cobro? —interviene la heladera.
Antes de que pueda hacer nada, la chica le tira un billete de cinco euros, me quita la tarrina de la mano y se dirige medio corriendo a la puerta. Pero, ¿qué mierda acaba de pasar?
—¡Gracias! Hasta luego —grita, mientras sigue corriendo.
—Espero que el resto del día sea tan agradable como tú —le digo alzando la voz para que me oiga.
—Será imbécil. —Pero qué…
—Al menos no voy vestido como un esperpento. —No puedo evitar decirle.
—¡Que te den, señor engreído ladrón de helados! —grita antes de salir definitivamente por la puerta y yo no sé por qué, pero en ese momento rompo a reír a carcajadas. Graciosa, guapa y con mala leche, buena combinación.
Me giro y veo que la dependienta está mirando alucinada hacia la puerta por la que acaba de salir la loca estrambótica.
—¿Qué acaba de pasar?
—Pues no lo sé muy bien…—le contesto sincero—. ¿Me pones ahora mi helado? No creo que vuelva a entrar otra loca acaparadora de helados.
—Claro, pero no queda de chocolate. —«¡Joder!».
—Pues…ponme el que quieras.
—De acuerdo.
Cuando al fin logro salir de la heladería veo que han montado unos stands promocionando algo. ¡Tengo que salir de aquí lo más rápido que pueda! No tengo ganas de que me calienten la cabeza… Me giro en dirección contraria dispuesto a esquivarlos, pero mi cuerpo impacta con algo.
—¡Hola! ¿Te gustaría participar en un sorteo? —me dice una chica rubia vestida de blanco y rojo.
—No, gracias. —Intento esquivarla.
—¿De verdad? ¿Y si te digo que el premio son cien mil euros? Eso da para cumplir muchos sueños.
Me paro en seco cuando ya la estaba dejando atrás y me giro hacia ella:
—Cuéntame más.
La chica me explica que se trata de un viaje alrededor del mundo compartido con un desconocido y si consigues finalizarlo, el premio es tuyo. Antes de que acabe de hablar ya estoy rellenando la papeleta y metiéndola en la urna azul. Con ese dinero podría montar mi propio bufete, de sobras. Una vez hecho, me despido de la chica y decido ir a fuera a tomarme el helado dando un paseo por el puerto. Así haré tiempo hasta que hagan el sorteo, según me ha dicho tendrá lugar dentro de un rato en este mismo centro.
Suena mi teléfono, es Marc.
—¡Hola, tío! ¿Qué haces? ¿Follando?
—No, Marc, estoy trabajando.
—No seas mentiroso, he hablado con Evan y me ha dicho que habías salido por patas del despacho porque habías discutido con tu padre.
Gruño.
—A mí no me gruñas. Nos preocupamos por ti, amorcito.
—Marc… —Bufo.
—No me vas a contar qué ha pasado, ¿verdad?
—No, pero te voy a explicar algo mejor. Me he apuntado a un sorteo.
—¿Un sorteo? ¿De qué?
—Un viaje alrededor del mundo, con un desconocido.
—¡Que guay! Y qué raro que tú te hayas apuntado… —Empieza a reírse.
—El premio son cien mil euros.
—¡Joder! Ahora entiendo por qué te has apuntado.
—Con ese dinero podría hacer muchas cosas.
—¿Y eso del compañero sorpresa?
—Supongo que será una mujer, es una especie de experimento social.
—Pues si te toca, espero que tu compañera sea simpática, para compensar lo tuyo, ya tú sabes… —vuelve a reírse.
—¡Vete a la mierda! —le digo, pero me río también.
—Bueno, te dejo, que mi turno empieza ahora. Si quieres hablar, ya sabes…
—Claro, gracias. Hablamos.
***
Cuando se acerca la hora del sorteo subo a la primera planta dónde encuentro una gran aglomeración de gente en torno a un escenario. Al cabo de pocos minutos, un tipo sube a él y empieza a hablar.
—¡Buenas tardes a todos! Procedemos a explicar detalladamente las condiciones del sorteo. Esto no es un simple concurso, es la gran oportunidad de salir de la zona de confort y empezar una nueva vida…
Desconecto un poco de lo que está diciendo y deslizo la mirada por la gente que hay allí reunida. Total, no creo que vaya a tener la suerte de que me toque, sería la primera vez en mi vida que me toca algo.
Cuando estoy a punto de centrar la mirada de nuevo en el presentador, una mata de pelo castaña llama mi atención: «¡Es la loca de los helados!». Sigo observándola y me doy cuenta de que seguramente ha participado en el sorteo, porque mira al presentador anhelante de información, debe estar imaginándose ya estirada en una tumbona en medio de una playa paradisíaca.
Sonrío al pensar qué cara pondría si diera la casualidad de que nos tocara a los dos, seguro que pondría morritos. Me fijo un poco más en ella mientras oigo de fondo que van a sacar la primera bola. Ahora que me fijo en ella y no me está gritando, veo que tiene una cara muy bonita y porque no decirlo, buen cuerpo. Además, no me preguntéis por qué, pero esa manera de enfadarse, toda indignada, me ha hecho gracia, normalmente no le hubiera dirigido ni una mirada. En este mismo momento, ella no parece ser consciente, pero se eleva sobre las puntas de sus zapatos deseando, probablemente, que su nombre suene por los altavoces. Sonrío y empiezo a moverme lentamente entre la gente en su dirección. ¿Qué pretendo? Ni yo mismo lo sé. Quizá si le pido el teléfono se me tire a la yugular, pero puede que valga la pena correr el riesgo. Entonces, cuando estoy a punto de llegar a su lado, se oye el primer nombre:
—Y el primer ganador del sorteo es… ¡¡Ada Blanch!! Si te encuentras aquí, sube al escenario, por favor.
La chica coge aire exageradamente y por un momento incluso pierde un poco de color para después ponerse muy roja y tímidamente, levantar la mano. La gente empieza a aplaudir y la insta a subir al escenario. Mis ojos la siguen y es entonces cuando soy consciente de que he estado apunto de abordarla como un acosador. «¡Mierda!».
—Ada Blanch, eres la primera afortunada del día. ¿Estás dispuesta a participar en este experimento? —El presentador la mira esperando una respuesta.
—Sí, estoy dispuesta —dice ella con apenas un hilo de voz debido a los nervios.
—Bien, ahora pasemos a conocer al segundo afortunado y tu posible compañero inseparable de viaje, Ada.
—Vamos — asiente ella.

Entonces el presentador mete la mano en la urna azul y yo no tengo claro si quiero que coja mi nombre o no. Mierda, sí, quiero que diga mi nombre.
—Y el segundo ganador del sorteo de los Social World Travelers es… ¡¡Gabriel Abad!! ¡Felicidades!
No puedo creerlo… ¡Me ha tocado! Avanzo con paso firme entre la gente hasta subir por la escalerilla al escenario. Me coloco al lado del presentador y me inclino un poco hacia delante para ver a mi compañera de viaje, la miro con una ceja alzada y dejo salir mi sonrisa ladeada. Entonces, el presentador vuelve a hablar.
—Señor Abad, ¿acepta el reto? —me pregunta el presentador.
—Acepto.
En ese momento todo el mundo estalla en aplausos y el presentador les da lo que quieren, mucho show. Empieza a hablar de todo lo que nos espera y no sé cuántas cosas más. Le ignoro una vez más y doy un paso atrás intentando captar la atención de la chica.
—Ahora que vamos a estar juntos muchos días podrás compensarme por lo de antes, ¿no?
—¿Yo? No sé de qué me hablas. —Gira la cara y me ignora, yo insisto.
—Me has robado mi helado.
—¡Eso no es cierto!
—Claro que lo es —digo con toda la calma del mundo.
—Pero que dices, estás como una cabra. Yo le he pedido mi helado a la chica y tú pretendías quedártelo.
—Tendré que tener cuidado con mis cosas durante el viaje.
—¡Pero bueno! ¿Me estás llamando choriza? Lo que me faltaba por oír hoy.
—Yo no lo he dicho. Aunque con esa pinta que llevas pareces más una macedonia que un chorizo. —Se pone roja y sé que intenta contenerse para no insultarme, otra vez. Me estoy descojonando por dentro.
—Mira guapito, para tu información, esto —dice señalando su ropa— es alta costura.
—Gracias por el piropo.
—Que creído eres —escupe.
—No, no soy creyente.
—¿Te estás riendo de mí? —me dice indignada, con las manos en las caderas, los ojos entre cerrados y unos morritos que me dan ganas de...
—¿Yo? Jamás. —Tengo que girar la cara porque se me escapa la risa.
En ese momento el presentador se gira hacia nosotros:
—¿Estáis listos para el viaje que os espera?
—Sí —dice Ada muy segura.
—Claro —contesto yo mientras Ada me mira desafiante. Le guiño el ojo y pienso que menudo viaje me espera, no me lo va a poner fácil. Por un segundo me paro a evaluar lo que acaba de pasar y un pensamiento cruza mi mente: 
«¿Maldita mi suerte?».

Comentarios

Entradas populares de este blog

Capítulo 1: Maldita mi suerte

Otro día más y la misma rutina aburrida e insulsa de todos los días.  Siempre viendo todo desde la barrera, ¿por qué Marco aún no  confía en mí? Estoy harta de ser la chica de los cafés y los recados. «Ada, tráeme un café», «Ada, recoge mi ropa de la tintorería», «Ada,  lleva a mis chicos a la peluquería» (él llama «sus chicos» a sus dos  insufribles chihuahuas), y así una larga lista de cosas que debería  hacer él mismo; pero, claro, es demasiado divo, estupendo y  maravilloso como para hacer esas cosas vulgares de persona  normal. Aunque debo reconocer que, por lo menos, recuerda mi  nombre. Voy renegando, despotricando; echar espumarajos por la boca  sería demasiado evidente. De pronto, choco con alguien.  ¡Oh, mierda y requetemierda!  Levanto la mirada, temerosa, y veo que el café que llevaba en las  manos ahora está en la camisa de mi jefe. Lo miro a los ojos,  aunque, a decir verdad, mejor no haber...

Capítulo inédito: La suerte es nuestra, ¿recuerdas?

Advertencia: Es imprescindible haber leído La suerte es nuestra. Si te comes un spoiler será bajo tu responsabilidad. Marc Tras unos días en chapa y pintura, el mecánico me devuelve las llaves de nuestra furgo. Han pasado más de dos años desde que empezamos nuestra ruta. Cuando nos pusimos en marcha no teníamos ninguna pretensión más que disfrutar del camino y ver dónde nos llevaba el viento. Con lo que no contábamos es que incluso acabaríamos trabajando en Tailandia. Miranda está feliz dando clases e inventando actividades para los niños, su mente es un torbellino de ideas. Y en cuanto a mí no puedo negar que esta experiencia está siendo maravillosa, también para conocernos más que nunca. Es cierto que no siempre ha sido fácil, es más, hemos discutido más que nunca desde que solo nos tenemos a nosotros cerca, pero supongo que eso forma parte de uno de los muchos retos a los que nos enfrentaremos como pareja. Aprovecho que ya tenemos la furgoneta lista, entro en nuestra casa rodante. U...

Rumbo a tu corazón: Capítulo 1

  ¡Leven anclas!  Iveth ―Iveth, mantén la calma, ¿vale? No es como si estuvieras otra vez en el instituto; bueno, casi, pero no pienses en ello. Tú solo respira. Ya no eres aquella niña tímida que quería pasar desapercibida a toda costa. Ahora eres una mujer de éxito que dirige su propia empresa, no puedes dejar que una reunión de exalumnos te arrastre al fondo del abismo. Da un paso al frente, sal de detrás de la puerta, ponte los zapatos de chica mayor y enfréntate a esto como si estuvieras en una de las reuniones de la empresa. Me digo todo esto a mí misma en susurros. Por si no fuera suficiente bochornoso estar escondida detrás de una puerta, como para que cualquiera que pase por aquí me oiga hablar sola. Igual debería haber buscado un armario para esconderme. No, eso para nada hubiera sido una buena idea… Pero es que necesitaba salir unos minutos y coger aire porque, cuando la sala ha empezado a llenarse de gente, me ha entrado un poco el pánico. Patético. Yo soy patética...