Las discusiones con mi padre siempre acaban
igual, con él mirándome altanero y yo intentando contener mi lengua a
duras penas.
Salgo de su despacho mostrando una indiferencia
que no siento en absoluto. Paso por delante de su secretaria y me despido con
un simple movimiento de cabeza. Justo cuando voy a salir por la puerta para
coger el ascensor, Evan me intercepta.
—¿Cómo ha ido la reunión?
—… —gruño y esa es toda la explicación que ahora mismo va a
obtener de mí y él lo sabe.
—Ya veo… ¿Salías?
—Sí —contesto apretando la mandíbula.
—Está bien, después hablamos.
Asiento y salgo de allí sin decir nada más. Evan me
conoce y sabe que ahora mismo no quiero hablar, solo salir, despejarme y luego
volver y seguir adelante.
Camino por las Ramblas hacia abajo, en
dirección al puerto, mientras siento como la rabia empieza a diluirse en mis
venas. No puedo entender como después de tanto tiempo su efecto sobre mí sigue
siendo casi el mismo que cuando era pequeño.
Da igual lo que haga o lo que diga, él
siempre tiene algo que objetar a mis propuestas. En este momento decido que ya
he soportado bastante su mierda, voy a dejar el bufete y a montarme uno propio.
Sigo caminando despacio, voy observando a la
gente a mí alrededor. Mucha gente va acelerada e ignorando a los demás. Algunos hablan por teléfono mientras caminan con paso apresurado,
otros van escuchando música, otros van acompañados hablando entre ellos.
Cuando llego al final decido ir hasta el
centro comercial, sentarme allí un rato y solo dejar que la brisa del mar se
enrede con mis pensamientos. Cruzo el puente del Maremágnum y me dispongo a
sentarme en uno de los bancos, cuando veo en una de las terrazas a un par de
amigos de mi padre. Haciendo ver que hablo por teléfono para ocultar mi cara,
entro en el centro comercial. Son muy pesados y ahora mismo yo no quiero hablar
con nadie. Camino sin un rumbo fijo cuando veo algo que llama mi atención: una
heladería. Siempre es buen momento para un helado de chocolate.
Entro y le pido a la chica una tarrina de
chocolate negro, mi favorito. Me aparto a un lado mientras espero y veo como
en ese momento entra una chica con unas pintas peculiares y sin fijarse en que
estoy ahí, le pide a la chica un helado. Ella asiente y va a preparar los
pedidos. Me giro ligeramente y mientras finjo mirar el móvil, observo a la
chica que acaba de entrar. Lleva puesto una especie de mono de diferentes
colores y su pelo castaño cae suelto hasta media espalda. Está mirando su móvil,
cuando veo que sus ojos cada vez se abren más, sorprendidos por algo que están
viendo. Empieza a hacer gestos extraños, debe estar nerviosa, porque incluso da
un par de saltitos. Sonrío, pensando que me parece graciosa.
—Aquí
tiene —dice la heladera, señalando la tarrina de chocolate.
—¡Oh,
gracias! —oigo que dice la chica mientras yo alargo el brazo por su lado y cojo
la tarrina.
—Gracias
—le digo a la dependienta y a la vez saco un billete de cinco euros de mi
bolsillo.
—Perdona,
ese helado lo he pedido yo. —¿Me habla a mí? Me giro hacia ella y la miro con
una ceja alzada.
—No,
este helado es mío —le digo.
—Mira,
he tenido un día penoso. ¡Necesito ese helado! —Me grita, como si a mí me
importara una mierda ahora mismo que su día haya sido penoso, seguro que no
supera el mío ni de lejos.
—Lo
siento por ti. Pero yo lo he pedido antes —respiro hondo y le contesto al fin.
—Son
cuatro con ochenta euros. ¿A quién le cobro? —interviene la heladera.
Antes
de que pueda hacer nada, la chica le tira un billete de cinco euros, me quita
la tarrina de la mano y se dirige medio corriendo a la puerta. Pero, ¿qué
mierda acaba de pasar?
—¡Gracias!
Hasta luego —grita, mientras sigue corriendo.
—Espero
que el resto del día sea tan agradable como tú —le digo alzando la voz para que
me oiga.
—Será
imbécil. —Pero qué…
—Al
menos no voy vestido como un esperpento. —No puedo evitar decirle.
—¡Que te den, señor
engreído ladrón de helados! —grita antes de salir definitivamente por la puerta
y yo no sé por qué, pero en ese momento rompo a reír a carcajadas. Graciosa,
guapa y con mala leche, buena combinación.
Me giro y veo que la
dependienta está mirando alucinada hacia la puerta por la que acaba de salir la
loca estrambótica.
—¿Qué acaba de pasar?
—Pues no lo sé muy
bien…—le contesto sincero—. ¿Me pones ahora mi helado? No creo que vuelva a
entrar otra loca acaparadora de helados.
—Claro, pero no queda
de chocolate. —«¡Joder!».
—Pues…ponme el que quieras.
—De acuerdo.
Cuando al fin logro
salir de la heladería veo que han montado unos stands promocionando algo.
¡Tengo que salir de aquí lo más rápido que pueda! No tengo ganas de que me
calienten la cabeza… Me giro en dirección contraria dispuesto a esquivarlos,
pero mi cuerpo impacta con algo.
—¡Hola! ¿Te gustaría
participar en un sorteo? —me dice una chica rubia vestida de blanco y rojo.
—No, gracias.
—Intento esquivarla.
—¿De verdad? ¿Y si te
digo que el premio son cien mil euros? Eso da para cumplir muchos sueños.
Me paro en seco
cuando ya la estaba dejando atrás y me giro hacia ella:
—Cuéntame más.
La chica me explica que
se trata de un viaje alrededor del mundo compartido con un desconocido y si
consigues finalizarlo, el premio es tuyo. Antes de que acabe de hablar ya estoy
rellenando la papeleta y metiéndola en la urna azul. Con ese dinero podría
montar mi propio bufete, de sobras. Una vez hecho, me despido de la chica y
decido ir a fuera a tomarme el helado dando un paseo por el puerto. Así haré
tiempo hasta que hagan el sorteo, según me ha dicho tendrá lugar dentro de un
rato en este mismo centro.
Suena mi teléfono, es
Marc.
—¡Hola, tío! ¿Qué
haces? ¿Follando?
—No, Marc, estoy
trabajando.
—No seas mentiroso,
he hablado con Evan y me ha dicho que habías salido por patas del despacho
porque habías discutido con tu padre.
Gruño.
—A mí no me gruñas.
Nos preocupamos por ti, amorcito.
—Marc… —Bufo.
—No me vas a contar
qué ha pasado, ¿verdad?
—No, pero te voy a
explicar algo mejor. Me he apuntado a un sorteo.
—¿Un sorteo? ¿De qué?
—Un viaje alrededor
del mundo, con un desconocido.
—¡Que guay! Y qué
raro que tú te hayas apuntado… —Empieza a reírse.
—El premio son cien
mil euros.
—¡Joder! Ahora
entiendo por qué te has apuntado.
—Con ese dinero
podría hacer muchas cosas.
—¿Y eso del compañero
sorpresa?
—Supongo que será una
mujer, es una especie de experimento social.
—Pues si te toca,
espero que tu compañera sea simpática, para compensar lo tuyo, ya tú sabes… —vuelve
a reírse.
—¡Vete a la mierda!
—le digo, pero me río también.
—Bueno, te dejo, que
mi turno empieza ahora. Si quieres hablar, ya sabes…
—Claro, gracias.
Hablamos.
***
Cuando se acerca la
hora del sorteo subo a la primera planta dónde encuentro una gran aglomeración
de gente en torno a un escenario. Al cabo de pocos minutos, un tipo sube a él y
empieza a hablar.
—¡Buenas tardes a
todos! Procedemos a explicar detalladamente las condiciones del sorteo. Esto no
es un simple concurso, es la gran oportunidad de salir de la zona de confort y
empezar una nueva vida…
Desconecto un poco de
lo que está diciendo y deslizo la mirada por la gente que hay allí reunida.
Total, no creo que vaya a tener la suerte de que me toque, sería la primera vez
en mi vida que me toca algo.
Cuando estoy a punto
de centrar la mirada de nuevo en el presentador, una mata de pelo castaña llama
mi atención: «¡Es la loca de los helados!». Sigo observándola y me doy cuenta
de que seguramente ha participado en el sorteo, porque mira al presentador
anhelante de información, debe estar imaginándose ya estirada en una tumbona en
medio de una playa paradisíaca.
Sonrío al pensar qué
cara pondría si diera la casualidad de que nos tocara a los dos, seguro que
pondría morritos. Me fijo un poco más en ella mientras oigo de fondo que van a
sacar la primera bola. Ahora que me fijo en ella y no me está gritando, veo que
tiene una cara muy bonita y porque no decirlo, buen cuerpo. Además, no me
preguntéis por qué, pero esa manera de enfadarse, toda indignada, me ha hecho
gracia, normalmente no le hubiera dirigido ni una mirada. En este mismo
momento, ella no parece ser consciente, pero se eleva sobre las puntas de sus
zapatos deseando, probablemente, que su nombre suene por los altavoces. Sonrío
y empiezo a moverme lentamente entre la gente en su dirección. ¿Qué pretendo?
Ni yo mismo lo sé. Quizá si le pido el teléfono se me tire a la yugular, pero
puede que valga la pena correr el riesgo. Entonces, cuando estoy a punto de
llegar a su lado, se oye el primer nombre:
—Y
el primer ganador del sorteo es… ¡¡Ada Blanch!! Si te encuentras aquí, sube al
escenario, por favor.
La
chica coge aire exageradamente y por un momento incluso pierde un poco de color
para después ponerse muy roja y tímidamente, levantar la mano. La gente empieza
a aplaudir y la insta a subir al escenario. Mis ojos la siguen y es entonces
cuando soy consciente de que he estado apunto de abordarla como un acosador. «¡Mierda!».
—Ada
Blanch, eres la primera afortunada del día. ¿Estás dispuesta a participar en
este experimento? —El presentador la mira esperando una respuesta.
—Sí,
estoy dispuesta —dice ella con apenas un hilo de voz debido a los nervios.
—Bien,
ahora pasemos a conocer al segundo afortunado y tu posible compañero
inseparable de viaje, Ada.
—Vamos
— asiente ella.
Entonces
el presentador mete la mano en la urna azul y yo no tengo claro si quiero que
coja mi nombre o no. Mierda, sí, quiero que diga mi nombre.
—Y
el segundo ganador del sorteo de los Social World Travelers es… ¡¡Gabriel Abad!! ¡Felicidades!
No
puedo creerlo… ¡Me ha tocado! Avanzo con paso firme entre la gente hasta subir
por la escalerilla al escenario. Me coloco al lado del presentador y me inclino
un poco hacia delante para ver a mi compañera de viaje, la miro con una ceja
alzada y dejo salir mi sonrisa ladeada. Entonces, el presentador vuelve a
hablar.
—Señor
Abad, ¿acepta el reto? —me pregunta el presentador.
—Acepto.
En
ese momento todo el mundo estalla en aplausos y el presentador les da lo que
quieren, mucho show. Empieza a hablar de todo lo que nos espera y no sé cuántas cosas
más. Le ignoro una vez más y doy un paso atrás intentando captar la atención de
la chica.
—Ahora
que vamos a estar juntos muchos días podrás compensarme por lo de antes, ¿no?
—¿Yo?
No sé de qué me hablas. —Gira la cara y me ignora, yo insisto.
—Me
has robado mi helado.
—¡Eso
no es cierto!
—Claro
que lo es —digo con toda la calma del mundo.
—Pero
que dices, estás como una cabra. Yo le he pedido mi helado a la chica y tú
pretendías quedártelo.
—Tendré
que tener cuidado con mis cosas durante el viaje.
—¡Pero
bueno! ¿Me estás llamando choriza? Lo que me faltaba por oír hoy.
—Yo
no lo he dicho. Aunque con esa pinta que llevas pareces más una macedonia que
un chorizo. —Se pone roja y sé que intenta contenerse para no insultarme, otra
vez. Me estoy descojonando por dentro.
—Mira
guapito, para tu información, esto —dice señalando su ropa— es alta costura.
—Gracias
por el piropo.
—Que
creído eres —escupe.
—No,
no soy creyente.
—¿Te
estás riendo de mí? —me dice indignada, con las manos en las caderas, los ojos
entre cerrados y unos morritos que me dan ganas de...
—¿Yo?
Jamás. —Tengo que girar la cara porque se me escapa la risa.
En
ese momento el presentador se gira hacia nosotros:
—¿Estáis
listos para el viaje que os espera?
—Sí
—dice Ada muy segura.
—Claro
—contesto yo mientras Ada me mira desafiante. Le guiño el ojo y pienso que
menudo viaje me espera, no me lo va a poner fácil. Por un segundo me paro a
evaluar lo que acaba de pasar y un pensamiento cruza mi mente:
«¿Maldita mi
suerte?».
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