Ir al contenido principal

Rumbo a tu corazón: Capítulo 1

 


¡Leven anclas! 

Iveth

―Iveth, mantén la calma, ¿vale? No es como si estuvieras otra vez en el instituto; bueno, casi, pero no pienses en ello. Tú solo respira. Ya no eres aquella niña tímida que quería pasar desapercibida a toda costa. Ahora eres una mujer de éxito que dirige su propia empresa, no puedes dejar que una reunión de exalumnos te arrastre al fondo del abismo. Da un paso al frente, sal de detrás de la puerta, ponte los zapatos de chica mayor y enfréntate a esto como si estuvieras en una de las reuniones de la empresa.

Me digo todo esto a mí misma en susurros. Por si no fuera suficiente bochornoso estar escondida detrás de una puerta, como para que cualquiera que pase por aquí me oiga hablar sola. Igual debería haber buscado un armario para esconderme. No, eso para nada hubiera sido una buena idea… Pero es que necesitaba salir unos minutos y coger aire porque, cuando la sala ha empezado a llenarse de gente, me ha entrado un poco el pánico. Patético. Yo soy patética.

Respiro hondo una vez más y decido caminar fuera de mi escondite improvisado y acercarme a la barandilla del barco. La brisa de finales de junio que arrastra ese olor a mar que tanto me gusta acaricia mi cara y desordena mi pelo. Mal, muy mal. Parecer una muñeca despeluchada en una reunión de exalumnos es lo peor que te puede pasar, ¿o no? Intento relajarme, porque o lo consigo o voy a acabar por pedir que me dejen bajar del barco en cualquier superficie a la que nos acerquemos.

La verdad es que no sé qué hago aquí, por qué decidí o me dejé convencer por Lía de que esto iba a ser una buena idea, una experiencia única, dijo. Lía es mi mejor amiga y, claro, para ella, esto es un paseíto de nada porque vive de aquí para allí conociendo gente nueva. Es cierto que muchos de los que estamos en este crucero nos conocemos, aunque haga quince años que no nos vemos. No hay nada que una o desuna más que la época del instituto, pese a que puede ser muy diferente para unos y para otros. Para mí, fue lo que fue, casi una pesadilla a veces y algo por lo que tenía que pasar para poder seguir adelante y salir de allí. Un medio para un fin. No obstante, Lía no lo diría así, ella me diría que no puedes alcanzar la cima sin escalar la montaña. 

―¡Ey! Aquí estás. ―Lía se coloca a mi lado y apoya sus brazos en la barandilla mientras mira al frente―. ¿Es demasiado?

―¿Qué? No. Es solo que es… raro. Es como volver al pasado y hay cosas que no…

―Te entiendo. Pero escúchame, hemos venido a jugar, así que juguemos. Hazlo como quieras, de verdad, Iveth. Hazlo como sientas que estás más a gusto, con esa fachada de mujer segura que siempre llevas o sin ella, pero disfruta del viaje, y no me refiero solo a lo obvio. La vida es como un panal de abejas, tiene muchos compartimentos, pero no todos están llenos de algo dulce. —La observo con el ceño fruncido―. No me mires así. Sabes a qué me refiero. Llevas años con la cabeza escondida bajo tierra, más bien, bajo montañas de papeles de la empresa. Te has dejado la vida por sacarla adelante y que sea un éxito. Te mereces dejarte ir y vivir experiencias por una vez, y créeme, sé que lo de dejarte llevar no es lo tuyo, pero inténtalo. No todo será bueno, aunque estoy segura de que disfrutarás del recorrido.

Nos miramos la una a la otra a los ojos mientras sus palabras resuenan por mi cabeza como un eco que no tiene fin.

―Tienes razón. Sé que necesito este descanso, pero es difícil desconectar.

Ella no lo dice y yo, menos, pero ambas sabemos que no me he escabullido a esconderme detrás de una puerta por la empresa. Sé que todo va a ir bien mientras yo estoy aquí, porque me he encargado de que así sea antes de irme. Es otra cosa y las dos lo sabemos, aunque ninguna va a reconocerlo. Yo por miedo, ella porque me está dando algo de tregua por ahora.

―¿Sabes qué? La primera nos la vamos a tomar aquí tú y yo juntas ―dice a la vez que coge dos copas de champán de la bandeja que lleva un camarero que justo pasa por nuestro lado. Me tiende una de ellas y levanta un poco la suya para proponer un brindis―: Por nosotras, por lo bien que lo vamos a pasar esta semana y por los exalumnos que están aún más buenos de adultos que cuando iban al instituto.

Rompo a reír y me alegro de no haber empezado a beber porque se lo hubiera escupido todo en la cara.

―¿Ya has hecho la vuelta de reconocimiento? Sí que te ha cundido el tiempo ―le digo con evidente sorpresa en la voz.

―Nena, llevas aquí escondida más de media hora. Venga, por nosotras.

Chocamos las copas y, mientras ella da un sorbito, yo engullo todo el contenido de la mía de golpe y Lía me observa con los ojos fuera de las órbitas.

―¿Qué? No me mires así, lo necesitaba.

Ella eleva ambas manos en plan «No te juzgo, tía». 

―¿Vamos dentro?

Respiro hondo, me pongo mentalmente los zapatos de mujer adulta y asiento con decisión. Allá vamos.

El ambiente en la sala es de fiesta y reencuentro total. Se oyen risas, la gente se abraza e incluso se oyen algunos vítores y lloros. Yo alucino, esta gente está fatal de la cabeza, pero debo reconocer que envidio esa capacidad de vivir y sentir. No sé en qué momento la perdí, pero siempre que hablo con Lía, lo pienso; ojalá yo fuera también así, como ella, libre.

Mi amiga me lleva cogida de la mano y antes de que me dé cuenta nos acercamos a una pareja que, aunque quisieran, no podrían pasar desapercibidos. Apenas han cambiado físicamente, excepto por el hecho de que el pelo de él ha pasado a mejor vida, claro. Eran la típica pareja más popular del instituto. Llevan juntos desde los trece años y parece que siguen estándolo.

―Vaya, vaya, mira a quién tenemos aquí. ¡Si es nuestra Camelia de los Bosques! No has cambiado nada, chica ―dice Héctor, muy efusivo, mientras se lanza a darle dos besos a Lía.

―Por favor, Héctor, no me llames así.

―Creía que con los años preferirías ese nombre.

―Pues no, aún no soy lo suficiente mayor como para usarlo.

―Un placer volver a verte, Lía ―le dice Amanda mientras también le da dos besos. Su voz sigue sonando sexi después de tantos años, todavía tiene ese tono que hacía que todos sonrieran como idiotas al dirigirse a ellos.

―A ti sí que da gusto verte ―le dice mi amiga, y doy un respingo. 

Esta tía no tiene vergüenza ninguna. Me aguanto la risa y doy un paso al frente. Zapatos bien puestos y al lío, Iveth.

―Hola, chicos. Qué bien veros por aquí.

Ambos me miran. Recorren mi cuerpo de pies a cabeza y después escanean mi cara. Fruncen el ceño. Genial, no saben quién soy. Tierra, trágame.

―¿Iveth? ―dice Amanda en un susurro sorprendido.

―Sí.

―¡Vaya, chica! ¡Estás…! ―empieza a decir Héctor, pero su mujer lo mira con una ceja alzada, a lo que él carraspea antes de volver a hablar—: No te había reconocido, estás fantástica.

―Gracias.

La tensión desaparece de mi cuerpo y me relajo. A lo mejor esto no es tan complicado como pensaba. Miro alrededor para hacer un escáner de la situación. Reconozco algunas de las caras que veo, pero hay otras que no tengo ni idea de a quiénes pertenecen. Supongo que es normal, hay gente en los que apenas se nota el paso de los años, si no que se lo digan a Brad Pitt, pero otras personas, por el contrario, no se parecen en nada a los adolescentes que fueron. Creo que en mi caso es un poco así, he cambiado bastante con los años, aunque si te fijas bien, aquella niña tímida y callada sigue ahí escondida y más presente que nunca.

No me había dado cuenta, pero he desconectado de la conversación por unos minutos, lo sé porque vuelvo a la realidad cuando oigo a Lía susurrar cerca de mi oído: 

―Oh, ahora sí que empieza la fiesta. El hijo pródigo ha vuelto.

Mi cuerpo se tensa y eso significa que se percata antes que yo de lo que ha dicho Lía, aun así, la miro y espero una aclaración.

―Mat Ferrer está aquí.

Ay. Dios. Mío. Antes de pensarlo siquiera, me doy cuenta de que he dado media vuelta y me estoy alejando del corrillo de gente donde estaba.

―Iveth Bosanova Pérez, ¿a dónde crees que vas? ―me dice Lía, que me ha alcanzado un par de segundos más tarde.

Un sonido estrangulado sale de mi garganta y hago algo de lo que no me siento especialmente orgullosa, pero qué más da a estas alturas.

―¿Qué? Voy al baño ―miento.

―Ya ―contesta Lía. Como era de esperar, no ha colado. 

Resoplo.

―Necesito unos minutos.

―No hagas que tenga que ir a sacarte del aseo.

Pongo los ojos en blanco y me suelto de su agarre, pues sus dedos seguían en torno a mi muñeca. Me doy la vuelta y busco los baños porque ahora sí que necesito de verdad un momento a solas y no pienso meterme en un armario.

Encuentro el servicio y suspiro aliviada al ver que no hay nadie dentro.

―Bien, céntrate. No te pongas melodramática, porque ni siquiera lo has visto. Igual ha cambiado tanto físicamente que ya no consigue que te tiemblen las pestañas y lo que no son las pestañas con solo una mirada. Eres una mujer adulta, demuéstralo.

Hablo en susurros mientras camino de un lado a otro del reducido espacio. Me paro a mirar mi reflejo en el espejo y me sorprendo al ver que tengo las mejillas sonrojadas. Ni que hubiera llegado corriendo hasta aquí. No voy a mentirme a mí misma, sí he venido a paso ligerito.

―No tienes remedio, Iveth. Si es que debería darte vergüenza. Es oír su nombre y te pones como un flan. ¡Que han pasado quince años! Seguro que, en un rato, cuando lo veas, te ríes de haberte puesto histérica, porque sí, estás histérica. Hazte un favor, mójate un poco la cara y vuelve ahí como la mujer madura y segura de sí misma que aparentas ser. Por favor, que esté feo, solo pido eso, será más fácil enfrentarme a él si no me recuerda al adolescente que me volvía loca.

Respiro hondo y hago todo lo que me he propuesto. Quizá debería dejar de sermonearme en voz alta, pero llevo tantos años haciéndolo que es parte de mí, aunque los demás piensen que me falta un tornillo.

Salgo del baño y me encamino de vuelta a la sala donde están todos. Parece que ya ha subido todo el mundo porque noto que los motores del barco ahora hacen más ruido y este vibra como si fuera a ponerse en movimiento.

―Una vez arranque ya no habrá marcha atrás, Iveth. Ahora o nunca. O saltas o te quedas.

―¿Perdona? ―me dice un camarero que pasa por mi lado con cara de susto.

―Nada, nada.

Miro la bandeja que sujeta en la mano, pero solo hay copas de champán y ahora mismo necesito algo más fuerte. Me giro hacia la barra y veo que hay una camarera haciendo cócteles. Eso sí que me va a ir genial.

Con mi cóctel en la mano, busco por la sala el grupito donde estaba antes. Ahora hay alguien más en el círculo; Mat Ferrer, supongo. Está de espaldas, así que aprovecho para hacer un escáner de su cuerpo. Calvo no está, o al menos no lo parece. Tiene el pelo largo recogido en un moño desenfadado. «Esto no pinta bien». Sigo bajando la vista por su cuerpo y debo decir que es más alto de lo que recordaba. Tiene una espalda ancha a la altura de los hombros y estrecha en la cintura, así que intuyo que de barriga cervecera nada de nada. «Estupendo». Un asomo de tatuaje se ve justo en mitad de su nuca, parece una luna menguante. «Esto va de mal en peor. Que al menos le falten los dientes o algo, ¿no?». Resoplo y después vuelvo a llenar mis pulmones de aire antes de colocarme al lado de Lía, que está justo frente a él.

―¡Ah! Ya estás aquí. Uy, y has hecho una parada en el bar. Tú sí que sabes, amiga.

Sonrío nerviosa y decido que es ahora o nunca. Los demás empiezan a hablar sobre si ir a buscar una copa o no, pero dejo de oírlos cuando elevo la mirada y mis ojos se encuentran con unos de color verde que me transportan quince años atrás de un plumazo. No, no le falta ni un diente. Su sonrisa es tan bonita como lo era en aquel entonces, solo que ahora es atractivo de morirse. Mat Ferrer es un espécimen sexi, guapo y me mira con curiosidad desde el otro lado del círculo.

Quizá sí que debería haberme tirado del barco antes de que cerraran las puertas, porque en este instante sé que este viaje no va a ser solo un crucero por el Mediterráneo con mis antiguos compañeros de instituto. Intuyo que esta semana va a sacudir mi existencia hasta dejar mis cimientos temblando y al borde del derrumbe. 

¡Leven anclas!


Comentarios

Entradas populares de este blog

Capítulo 1: Maldita mi suerte

Otro día más y la misma rutina aburrida e insulsa de todos los días.  Siempre viendo todo desde la barrera, ¿por qué Marco aún no  confía en mí? Estoy harta de ser la chica de los cafés y los recados. «Ada, tráeme un café», «Ada, recoge mi ropa de la tintorería», «Ada,  lleva a mis chicos a la peluquería» (él llama «sus chicos» a sus dos  insufribles chihuahuas), y así una larga lista de cosas que debería  hacer él mismo; pero, claro, es demasiado divo, estupendo y  maravilloso como para hacer esas cosas vulgares de persona  normal. Aunque debo reconocer que, por lo menos, recuerda mi  nombre. Voy renegando, despotricando; echar espumarajos por la boca  sería demasiado evidente. De pronto, choco con alguien.  ¡Oh, mierda y requetemierda!  Levanto la mirada, temerosa, y veo que el café que llevaba en las  manos ahora está en la camisa de mi jefe. Lo miro a los ojos,  aunque, a decir verdad, mejor no haber...

Capítulo inédito: La suerte es nuestra, ¿recuerdas?

Advertencia: Es imprescindible haber leído La suerte es nuestra. Si te comes un spoiler será bajo tu responsabilidad. Marc Tras unos días en chapa y pintura, el mecánico me devuelve las llaves de nuestra furgo. Han pasado más de dos años desde que empezamos nuestra ruta. Cuando nos pusimos en marcha no teníamos ninguna pretensión más que disfrutar del camino y ver dónde nos llevaba el viento. Con lo que no contábamos es que incluso acabaríamos trabajando en Tailandia. Miranda está feliz dando clases e inventando actividades para los niños, su mente es un torbellino de ideas. Y en cuanto a mí no puedo negar que esta experiencia está siendo maravillosa, también para conocernos más que nunca. Es cierto que no siempre ha sido fácil, es más, hemos discutido más que nunca desde que solo nos tenemos a nosotros cerca, pero supongo que eso forma parte de uno de los muchos retos a los que nos enfrentaremos como pareja. Aprovecho que ya tenemos la furgoneta lista, entro en nuestra casa rodante. U...