Advertencia: Es imprescindible haber leído La suerte es nuestra. Si te comes un spoiler será bajo tu responsabilidad.
Marc
Tras unos
días en chapa y pintura, el mecánico me devuelve las llaves de nuestra furgo.
Han pasado más de dos años desde que empezamos nuestra ruta. Cuando nos pusimos
en marcha no teníamos ninguna pretensión más que disfrutar del camino y ver
dónde nos llevaba el viento. Con lo que no contábamos es que incluso
acabaríamos trabajando en Tailandia. Miranda está feliz dando clases e
inventando actividades para los niños, su mente es un torbellino de ideas. Y en
cuanto a mí no puedo negar que esta experiencia está siendo maravillosa,
también para conocernos más que nunca.
Es cierto
que no siempre ha sido fácil, es más, hemos discutido más que nunca desde que
solo nos tenemos a nosotros cerca, pero supongo que eso forma parte de uno de
los muchos retos a los que nos enfrentaremos como pareja.
Aprovecho
que ya tenemos la furgoneta lista, entro en nuestra casa rodante. Una muestra
de lo poco que hemos necesitado estos años. Abro el portátil y veo una llamada
perdida de Skype de Gabriel. Decido probar suerte a pesar de las cinco horas de
diferencia.
—Tú,
capullo, que hace mucho que no me llamas. —Es una buena forma de empezar una
conversación por mi parte—. Me tienes olvidadísimo.
—Ey, Marc.
¿Cómo estás, tío? Olvidado me tienes tú, cabronazo —contesta Gabriel mientras
acaba de colocar bien la cámara para que lo vea.
—Muy bien,
aunque a veces os echo un poco de menos.
—Por fin lo
reconoces. —Ríe.
—Coño, es
verdad. Si te lo digo siempre.
—Sí, sí.
—¿Oye, sabes
algo de Evan? ¿Crees que estará disponible?
—Prueba a
ver.
Skype
llamando a Evan…
—¿Hola?
—Pero, ¿dónde
está mi guiri favorito? Tienes mala cara, por cierto.
—Es que no
he dormido una mierda esta noche —dice Evan.
—¡Bienvenido
al club! —contesta Gabriel en tono jocoso.
—¿Dónde
andan las gemelas?
—Dame un
segundo.
Tras cuatro
palabras en inglés de las cuales no entiendo, aparecen dos pelirrojas con cara
de no haber roto un plato y los ojazos de Evan. Son monísimas, para comérselas
con patatas.
—¿Cómo las
distingues, tío? —pregunto por curiosidad.
—Emily es un
terremoto —corroborado, no para de tocarlo todo— y Alice es muy tranquila.
Veo a
Gabriel en la cámara decir que “no” con la cabeza.
—Que son
idénticas, vamos —afirma Gabriel.
—¿Y tu hijo,
Gabriel? —pregunto.
—Pues
liándola por ahí. No sé a quién se le ocurrió la brillante idea de regalarle
una guitarra de juguete. No para, está emocionadísimo.
Evan acepta
la reprimenda, pero se la suda, porque en su momento le pareció un regalo
genial.
—Y si luego
se hace músico, ¿qué? Habrá que dejar que fluya su talento —dice Evan y acto
seguido, se carcajea.
—Yo te mato.
—Se enfurruña Gabriel.
En ese
momento, aparece Ada en cámara en segundo plano y Gabriel la llama para que se
acerque.
—¡¡Marc!!
¿Cómo estáis? ¿Está Miranda por ahí?
—¡Qué guapa
estás! La pelirroja estará en el hotel ya, que hemos tenido que dormir en uno
estos días.
—Pues ya que
estás, le dices que Sara y yo la necesitamos, que volváis ya. He dicho.
Emily, una
de las gemelas repite lo último que ha dicho Ada y todos nos reímos.
—Vale,
chiquitina, si me lo pides así, habrá que hacerte caso.
—¡Bravo! —Se
pone a dar palmas, es demasiado adorable.
—En fin,
chicos, os tengo que dejar.
—Hablamos
otro día —dice Gabriel.
—¡No os
olvidéis de nosotros, malditos! —Les dejo caer.
—Difícilmente,
pero volved ya, anda —habla Evan.
—Veré que
puedo hacer.
***
Miranda
—¡Ya estoy
en casa, pelirroja!
Brown sale
como loca a saludar a Marc, no falla ni un día. Yo, por el contrario, le tengo
preparada una sorpresa.
—Por cierto,
que ya tenemos la furgo reparada, está abajo. Al final ha sido menos de lo que
pensaba.
—¡Qué bien,
Marc!
—¿Dónde
estás?
—En el baño.
—Estoy
muerto, voy a tumbarme y no pienso moverme de esta posición horizontal.
Justo en ese
momento, abro rápido la puerta del baño y dejo que la magia haga su trabajo. A
los pocos segundos la boca abierta de Marc llega al suelo, casi se cae de culo
y tira una lamparita de la habitación, sin querer.
—¿Qué
decías? ¿Qué no pensabas moverte de esa posición horizontal? —Me encanta jugar
con él, solo por su reacción ha merecido la pena.
—Dios, tú
quieres matarme de un puto infarto.
—Te hice una
promesa, ¿no?
—Ven aquí
ahora mismo. —Estira de mi brazo para llevarme a la cama.
—Espera, no
tan rápido, falta una cosa.
—Si te
refieres a mi polla, me he empalmado en un segundo.
—No me
refería a eso, que también, pero… —Río antes de tirarle la máscara de Batman. Él
abre los ojos de par en par.
—Dios, qué
friqui es esto —comenta Marc.
Entorno las
cejas.
—Y qué
tremenda estás con esas coletas y esas botas de Harley Quinn.
Se coloca la
máscara de Batman y estira de mí hasta que somos un enredo de piernas y brazos.
—Por los
viejos tiempos —digo antes de devorar su boca y lanzarme a quitarle la camiseta
y el resto de la ropa.
—Heroicos
tiempos.
Poco a poco,
desaparece cualquier rastro de tela hasta que somos piel, saliva y sudor. Marc
no ha cambiado, sigue siendo igual de pasional y reconozco que el incentivo de
los disfraces ha sido un puntazo que le ha puesto a cien en segundos.
En seguida,
las pulsaciones se alteran y nuestras respiraciones suenan entrecortadas por el
esfuerzo físico del momento. Somos nosotros. Marc y Miranda, aunque sea a
través de una máscara. Me conozco todos sus gemidos, puedo adivinar qué va a
hacer en cada momento y hasta cuando está a punto de correrse.
—Date la
vuelta, Harley —susurra Marc en un tono demasiado sexi para mi corazón.
¿A quién
quiero engañar? En segundos me tiene a su puñetera merced y mi cuerpo se
levanta del colchón con sus envites. Es fuerte, rápido y sin ningún tipo de
piedad. Pero claro, es que no estamos solos en la habitación.
Brown, que
estaba hasta ahora en un rincón haciendo sus cosas de perra feliz, corre hacia
nosotros y comienza a ladrar con la lengua fuera, intentando subirse a la cama.
—Ni de coña,
Brown —contesta Marc entre dientes, con la máscara de Batman puesta y le hace
un gesto para que baje.
—La madre
que la parió —logro decir.
—Me está
desconcentrando.
—No, eh,
Marc.
—Dile que se
vaya.
—¡Brown! Sé
que te encanta vernos hacer esto, pero es que necesitamos que te vayas. La
única perra ahora mismo soy yo. ¿Entendido?
—Joder, Mir,
me acaba de poner mucho eso.
—¡Idiota! —Y
con ello, Marc se emociona con uno de sus empujones y casi me caigo de la cama
de la emoción.
Al final, la
perra cede y por alguna extraña razón, se va al baño.
—Por cierto, no sé por qué lo estás haciendo,
pero ese sonido me está volviendo loco.
—¿Qué
sonido?
—Sssssss.
—¿Qué dices?
Yo no estoy haciendo ese ruido.
—Miranda, no
me jodas.
Cuando me da
por fijarme en el zócalo de la habitación, se me corta la respiración por
completo. Es imposible articular palabra, porque lo que quiero es gritar hasta
desgañitarme.
—Marc….
—¿Qué? ¿Más
fuerte? ¡Estoy al límite, Mir!
—Hay…una…serpiente…en
la habitación.
—¡Me cago en
la puta! —Grita al verla y sale de mí tan rápido que hasta me hace daño.
—¡Ahhhhhhhhhh!
¡Vámonos, vámonos!
Cogemos la
ropa que había dejado tirada en el suelo en un montón y corremos como alma que
lleva el diablo fuera de la habitación. En el pasillo ya nos ponemos a gritar
como locos. Y claro, somos dos locos gritando, desnudos y con un puñetero
antifaz en la cara.
—¡Tú has
visto a ese pedazo de bicho! —alzo la voz. Necesito desahogarme.
—¡Dios!
¡Dios! Una serpiente.
Cuando
empieza a salir la gente en los pasillos y nos damos cuenta de verdad que
estamos como nos trajeron al mundo, nos tapamos y nos vestimos como podemos.
Tampoco es plan de que nos arresten por escándalo público. Y nos quitamos las
máscaras porque damos vergüenza ajena y están diciéndonos cosas que no
entendemos. De hecho, tiene bastante pinta de que nos están insultando.
—¡Marc!
—¿Qué pasa?
—Que nos
hemos dejado a Brown dentro.
—¡No me
jodas! —Se lleva las manos a la cabeza.
—¡Tenemos
que salvarla!
—¿Vas a
entrar tú ahí?
—Ni de coña.
—Vamos a
ver, Marc. Nunca dejamos a ningún compañero atrás—Se dice para él mismo
mientras se mentaliza de que va a tener que entrar de nuevo en la habitación.
—Tú puedes,
bomberito. Por tu vida, salva a nuestra perra.
—Voy.
—Por si no
vuelvo, que sepas que te quiero.
—¡No seas
dramático, Marc!
—Yo también
te quiero —suelta medio picado y desaparece dentro de la habitación.
A los
segundos escucho un grito y me temo lo peor, pero acaba saliendo Marc con Brown
subida a sus hombros como un fardo.
—¡Corre,
vámonos! —apunta Marc.
Salimos los
dos apresurados por el pasillo y con Brown en brazos y llegamos hasta la
furgoneta, que estaba aparcada en el parking del hotel. Allí, por fin,
respiramos en paz.
—Ay Dios,
Marc, no puedo con mi vida.
—Nos ha
echado una puta serpiente, ¿te das cuenta?
Acto
seguido, nos descojonamos vivos y Brown saca la lengua y mueve la cola feliz,
porque a la mínima que nos reímos lo nota y se contagia de la alegría.
—Primero
fueron las arañas, luego los monos y ahora esto.
—¿Y si…?
—dice Marc.
—¿Y si
volvemos a Barcelona? Echo de menos Barcelona, Marc.
—Sin
serpientes.
—Eso, eso,
sin serpientes.
—¿Volvemos?
—repite Marc.
Estiro la
mano y la pongo en el centro a la espera de que Marc ponga la suya encima.
—¿En marcha?
—suelto y le guiño un ojo.
Marc pone la
mano encima de la mía y me devuelve el guiño.
—¿Brown? —La
llama.
Ella también
levanta la pata y los tres unimos nuestras manos.
—¡En marcha,
entonces! —concluyo.
—¿Crees que
volveremos algún día? —pregunta Marc, curioso.
—Quién sabe…
—¡Qué la
suerte nos acompañe! —dice Marc carcajeándose.
—La suerte
es nuestra, ¿recuerdas?
Créditos de la foto: Pinterest
Que bonito! Gracias!
ResponderEliminar