Ir al contenido principal

Capítulo inédito de Suerte de encontrarte: Dos puntos

Narra Sara

Advertencia: Es imprescindible haber leído Suerte de encontrarte. Si te comes un spoiler será bajo tu responsabilidad.

En un sillón esquinero de la habitación descansa mi vestido de novia y en el suelo, un kilt y otras piezas de ropa desperdigadas. Anoche cuando llegamos, las ganas pudieron al cansancio. Cuando la felicidad explota en cada poro de tu piel, quieres mantenerte despierta y ser consciente de cada segundo de vida con esa maldita sensación. Ahora, en la cama y a pocos centímetros de un Evan desnudo, sé que nada podría hacerme más feliz que despertarme todos los días a su lado.

Me desperezo mientras rememoro algunos momentos del día de ayer. Entonces, vuelve a mí la risa histérica de él al compartir la noticia que supe pocos minutos antes. Llevo la mano a mi vientre y sonrío como si me acabara de enterar. Pensar que nuestro bebé pueda estar creciendo dentro de mí me provoca una combinación de sentimientos que creo que nunca había sentido.

Una risita desvía mi atención. Evan alarga su brazo y me atrae hacia él. Luego acaricia con su dedo la curvatura de mi cuerpo, deteniéndose en el hueso de la cadera.

You look gorgeous, honey[1] —Sonríe.

—Lo que soy es muy feliz —digo y él me mira con sus hermosos ojos verdes, lleno de orgullo.

—Yo también.

Se mueve hasta colocarse encima de mí apoyándose en los codos y deja un suave beso sobre mis labios. Un beso que se intensifica y revoluciona mi cuerpo con rapidez.

—¿Podemos quedarnos en la cama todo el día, por favor? —susurra y comienza a dejar besos en sentido descendente en cada trocito de piel que se va encontrando.

Sonrío como respuesta.

Su pelo rojizo se pierde debajo de las sábanas hasta llegar a mi barriga. Levanta la cabeza y vuelve a mirarme.

—Te acabas de acordar, ¿verdad? —pregunto y él asiente.

—Todavía no me hago la idea de que vayamos a ser padres. —Se mueve y vuelve a colocarse a mi lado con una gran sonrisa satisfecha en la cara.

—Yo tampoco. ¿Te imaginas un mini Evan correteando por nuestra nueva casa?

—Explorando en mini deportivas.

—¿Se parecerá a los dos?

—Como sea una mini Sara me moriré de amor y lo sabes.

—Como salga pelirroja, Miranda se muere. —Nos carcajeamos porque podemos suponer lo que diría.

—Cosas de pelirrojos, no lo entenderías. —Ríe.

—¿Sabes que una vez tuve un sueño? —Cuando lo digo, frunce el ceño, sorprendido.

—¿Qué soñaste?

—En realidad fue una pesadilla.

—Ah muy bien —dice desconcertado.

—Esa pesadilla me llevó a ti, ¿vale?

—¿What? ¿Me explicas eso?

—Cuando estabas en el hospital supe que tenía que intentar hablar contigo y arreglarlo. Pocos días después, tuve una pesadilla y… tú aparecías en el sueño.

—¿Y eso te hizo decidirte?

—Sé que suena estúpido, pero para mí fue como la última señal que necesitaba para dejarlo todo atrás y empezar de cero.

—Nada que nos haya llevado hasta este momento me parece estúpido, Sara. —Me mira fijamente y nos besamos de nuevo.

—Aún no te lo he contado todo sobre mi sueño.

—¿Hay más?

—Sí, había dos niñas y jugabas con ellas. Y sí, eran pelirrojas.

Eleva las cejas y abre mucho los ojos, sin saber muy bien qué decir y yo no puedo evitar reírme.

—Vaya, vaya.

—Es solo un sueño, no es real, pero recordarlo me ha hecho gracia.

—Solo pensarlo ha hecho que me dé un vuelco al corazón. —Reímos los dos.

—Me muero de hambre, ¿pedimos el desayuno? —propongo.

Hace la croqueta en la cama hasta que alcanza el teléfono de la habitación y empieza a hacer un largo pedido.

—¿No te has pasado un poco con la comida?

—Nuestro bebé tendrá que alimentarse también.

—Aix, te quiero. —Le beso y me levanto en dirección al baño.

—¿Puedo besayunarte a ti también? —pregunta.

—¿Besayunar? —Me giro para responder y ver que está mordiéndose el labio inferior.

—Besarte y comerte entera como desayuno. —Salta literalmente de la cama y llega hasta mí para acariciar mi cuello con sus labios.

—¿Hace falta que conteste? —Lo cierto es que no.

 

Un rato más tarde, hemos atacado un poco toda la variedad de comida que nos han traído. Estamos hablando sobre el partido benéfico de rugby en el que participará junto con nuestros amigos aquí en Escocia, cuando siento una arcada y tengo que salir corriendo hacia el baño. Evan tarda poco en venir a sujetarme el pelo y echarme agua en la cara cuando por fin respiro, agotada, tras vomitar todo el desayuno.

—No me gusta que me veas así. ¿No te da asco?

—En salud y en la enfermedad dijimos. —Me tiende la mano para ayudarme a levantarme.

Sonrío acariciando la suya y con la certeza de que no puedo tener más suerte de tenerle a él a mi lado, pase lo que pase.

***

Al día siguiente, estamos los dos como flanes en la sala de espera del ginecólogo. Evan no deja menear el pie y mueve tanto sus manos que me está poniendo aún más nerviosa solo de verlo. Me recuerda a cuando vamos a coger un avión, solo que creo que, en este momento, las pulsaciones de ambos están a un nivel muy superior.

—Como no nos llamen ya, me va a dar algo —suelto con mi suspiro cincuenta mil.

—Yo con que nos digan que todo está bien, me basta.

—Dios, estoy tan nerviosa que creo que no me voy a enterar de nada, tú me traduces, Evan.

—Sí, sí, no te preocupes.

Justo en ese momento nos avisan. Me desnudo de cintura para abajo y me coloco en la camilla. La ginecóloga ha dicho cincuenta mil cosas con un acento escocés que no me he enterado de la misa la mitad, debo parecer un conejillo asustado. Evan está a mi lado, expectante.

—¿Qué dice, Evan? —Me va a explotar el corazón de los nervios.

Que estés tranquila,

—¿Solo eso? Ha hablado mucho, ¿qué ha dicho?

— Y que no te va a doler.

—Vale.

Hun, todo va estar bien —Me mira a los ojos con la intención de darme tranquilidad.

—Vamos allá.

La doctora me introduce el ecógrafo sin decir nada más. ¿Y cómo describirlo? En pocos segundos un sonido que parece el de una locomotora a toda velocidad inunda la habitación. Es extraño, no es del todo regular, parece una música desacompasada.

—¿Escucháis el latido? —Pregunta la ginecóloga.

Evan y yo nos miramos asombrados, definitivamente hay algo creciendo dentro de mí. Esto va en serio.

—¿No va demasiado rápido? —pregunto con la ceja alzada y Evan le traduce a la doctora.

La ginecóloga se queda un buen rato mirando la pantallita y la espera en su contestación me empieza a poner muy nerviosa. Le cojo la mano a Evan y puedo notar que está en la misma situación.

—Todo está correcto, estás embarazada de cuatro semanas—contesta la ginecóloga y la vemos con una sonrisilla tonta.

—Menos mal —contesto aliviada y Evan me da un beso en la frente.

—Thank God[2] —dice Evan y ambos suspiramos.

—El sonido que escucháis es tan brusco y veloz porque…

—¿Qué ocurre? —pregunta Evan, inquieto.

—Porque aquí hay dos corazones latiendo. Son dos.

—Evan.

No contesta.

—¿Ha dicho two? Ha dicho dos, ¿verdad? —Debo estar alucinando.

—Dos, lo que viene siendo dos.

Mi mundo se para por un momento. Tan solo escucho «dos, dos, dos» todo el rato en mi cabeza. Desvío la mirada hacia Evan que me ha apretado más fuerte la mano, aunque no se mueve y su rostro está más blanco de lo habitual. Tarda unos segundos en reaccionar, pero cuando me mira es cómo si leyera su mente. Los dos estallamos en una risa nerviosa, en una mezcla entre susto y felicidad.

—¿Veis esos dos puntos en la pantalla? Ahí están.

—Madre mía. —Una lágrima cae por mi mejilla y para entonces ya es imposible dejar de llorar. Las gotas mojan los labios de Evan al darme un beso.

La ginecóloga nos da algunas indicaciones del seguimiento que tenemos que hacer y nos da una foto de la ecografía. Con ella volvemos al coche como si fuera algo frágil que hay que proteger.

Silencio antes de arrancar. Y entonces, un largo suspiro.

¡Oh my God[3]! Joder, estoy alucinando, Sara, de verdad.

—Son nuestras dos bolitas.

Los ojos le empiezan a brillar y no hace falta decir nada más, nos abrazamos.

—¿Podremos con todo? —digo, sonriendo.

—No sé cómo, pero lo haremos lo mejor posible.

—No tengo duda de que serás el mejor padre del mundo para nuestros bebés.

—Genial, ya me has hecho llorar. —Reímos.

—Lo digo en serio.

—Te quiero tanto. —Lleva su mano a mi vientre—. Rectifico, os quiero, en plural.

—Estoy deseando contárselo a todos.

—Podríamos preparar algo original.

—Oh, creo que tengo una idea.

Se la cuento y le parece genial; nuestros amigos van a alucinar. Nos ponemos en marcha para pasar por casa de sus padres antes de encontrarnos con ellos.

—Por cierto, ¿no tienes la sensación de que Marc y Miranda están últimamente más juntos que nunca? —digo.

—Ellos siempre han conectado mucho, son dos cabezas locas, tal para cual.

—¿No te fijaste en cómo bailaban en nuestra boda?

—Eran como una bomba explosiva. —Reímos.

—Es verdad, si no fuera porque ya sabemos cómo son, diría que se traen algo entre manos.

—¿Te refieres a que estén liados? Si así fuera, nos habríamos dado cuenta, ¿no? —pregunta Evan.

—Eso creo. No sería tan raro, ¿no?

—Sería una locura —dice entre risas.

—Estaría gracioso, los M&M juntos.

—Sí, muy gracioso.

¿Quién sabe? A veces la vida te lleva por caminos que no creías posibles.  Mi intuición me dice que algo se está cociendo y aquí estaremos con las palomitas preparadas para verlo.



[1] Te ves preciosa, cariño.

[2] Gracias, Señor.

[3] ¡Oh, Dios mío!


Créditos de la foto: Cultura Colectiva (Sacada de Pinterest)

Comentarios

Entradas populares de este blog

Capítulo 1: Maldita mi suerte

Otro día más y la misma rutina aburrida e insulsa de todos los días.  Siempre viendo todo desde la barrera, ¿por qué Marco aún no  confía en mí? Estoy harta de ser la chica de los cafés y los recados. «Ada, tráeme un café», «Ada, recoge mi ropa de la tintorería», «Ada,  lleva a mis chicos a la peluquería» (él llama «sus chicos» a sus dos  insufribles chihuahuas), y así una larga lista de cosas que debería  hacer él mismo; pero, claro, es demasiado divo, estupendo y  maravilloso como para hacer esas cosas vulgares de persona  normal. Aunque debo reconocer que, por lo menos, recuerda mi  nombre. Voy renegando, despotricando; echar espumarajos por la boca  sería demasiado evidente. De pronto, choco con alguien.  ¡Oh, mierda y requetemierda!  Levanto la mirada, temerosa, y veo que el café que llevaba en las  manos ahora está en la camisa de mi jefe. Lo miro a los ojos,  aunque, a decir verdad, mejor no haber...

Capítulo inédito: La suerte es nuestra, ¿recuerdas?

Advertencia: Es imprescindible haber leído La suerte es nuestra. Si te comes un spoiler será bajo tu responsabilidad. Marc Tras unos días en chapa y pintura, el mecánico me devuelve las llaves de nuestra furgo. Han pasado más de dos años desde que empezamos nuestra ruta. Cuando nos pusimos en marcha no teníamos ninguna pretensión más que disfrutar del camino y ver dónde nos llevaba el viento. Con lo que no contábamos es que incluso acabaríamos trabajando en Tailandia. Miranda está feliz dando clases e inventando actividades para los niños, su mente es un torbellino de ideas. Y en cuanto a mí no puedo negar que esta experiencia está siendo maravillosa, también para conocernos más que nunca. Es cierto que no siempre ha sido fácil, es más, hemos discutido más que nunca desde que solo nos tenemos a nosotros cerca, pero supongo que eso forma parte de uno de los muchos retos a los que nos enfrentaremos como pareja. Aprovecho que ya tenemos la furgoneta lista, entro en nuestra casa rodante. U...

Rumbo a tu corazón: Capítulo 1

  ¡Leven anclas!  Iveth ―Iveth, mantén la calma, ¿vale? No es como si estuvieras otra vez en el instituto; bueno, casi, pero no pienses en ello. Tú solo respira. Ya no eres aquella niña tímida que quería pasar desapercibida a toda costa. Ahora eres una mujer de éxito que dirige su propia empresa, no puedes dejar que una reunión de exalumnos te arrastre al fondo del abismo. Da un paso al frente, sal de detrás de la puerta, ponte los zapatos de chica mayor y enfréntate a esto como si estuvieras en una de las reuniones de la empresa. Me digo todo esto a mí misma en susurros. Por si no fuera suficiente bochornoso estar escondida detrás de una puerta, como para que cualquiera que pase por aquí me oiga hablar sola. Igual debería haber buscado un armario para esconderme. No, eso para nada hubiera sido una buena idea… Pero es que necesitaba salir unos minutos y coger aire porque, cuando la sala ha empezado a llenarse de gente, me ha entrado un poco el pánico. Patético. Yo soy patética...