Capítulo 1: V de vértigo
Miranda
«Sentir» es una palabra de solo seis letras, pero
cabe tanto dentro de ella que, a veces, hasta asusta. Según la RAE, significa
experimentar sensaciones producidas por causas externas o internas. Cuando yo
pienso en el verbo sentir me lo imagino como una uve enorme. Es estar en lo más
alto, caer de golpe hasta casi tocar el suelo para después volver a resurgir y
dejarte envolver por todas esas sensaciones que estallan en ti.
Esta noche, la uve parece más un guion plano, soso
y sin subidas y bajadas excitantes.
Unas horas antes…
Abro la puerta de casa de un tirón y lo que me
encuentro es a Marc con cara de perrito triste.
—Siento llegar tarde.
—La cosa no pinta bien esta noche, tenemos bajas,
pasa. Y no sé para qué te disculpas, ya cuento con que vas a llegar tarde
siempre.
—Qué poca fe tienes en mí —dice mientras pasa por
mi lado y deja un beso en mi
mejilla—. Bueno, me imagino que Sara y Evan no están para fiestas, y
Gabriel y Ada se quedan con el peque. ¿Hugo y Carla? ¿Edgar?
—Espera, me acaba de llegar un mensaje de Carla.
—Lo leo y suspiro haciendo pucheros—. Algo le ha sentado mal y dice que esta
noche dormirá abrazada a la taza del váter.
—Mmm, pues Hugo estará cuidando de ella, me
imagino.
—Así es… y Edgar me ha dicho que ya tenía plan.
—Pues salimos tú y yo, anda que el problema…
Antes de que se arrepienta, me pongo el abrigo
—estamos en febrero y hace un frío que pela—, cojo mi bolso y lo arrastro hacia
la calle. Llegamos a la discoteca, y no es que sea muy acogedora, pero la
música es buena y el ambiente también. Nadie lo puede negar, Marc es muy
divertido y se anima a la primera de cambio. Siempre tiene una sonrisa plantada
en la cara, es imposible que no te contagie su alegría vital. Además, el condenado baila muy bien.
Suena una canción de rock que le gusta y
empieza a saltar fuera de sí. Yo le sigo el rollo y nos ponemos a darlo todo
hasta que nos dan casi las tres de la madrugada. Tras muchas risas y algo de
alcohol, no sé cómo, acabamos hablando de nuestras intimidades. Marc es así, se
puede hablar con él de cualquier cosa y sabes que no te va a juzgar. O, al
menos, lo va a hacer como un amigo de verdad.
—¿Cuánto hace de la última vez?
—¿La última vez que me enrollé con un tío? —Miro al
techo, pensativa—. Hará como un mes. ¿Y tú, Marc? Que ya nos conocemos.
—La semana pasada —dice orgulloso.
—¡Cabrón! —Le doy un codazo de broma.
—Los hay con suerte.
—Me das un poco de envidia, pero es que solo me
cruzo con capullos. Veo un tío que me parece guapo, me acerco, pero es que en
cuanto abre la boca tengo que salir por patas. ¿No puedo cruzarme con alguno
decente de vez en cuando? A ver, tú eres normal. Si no me conocieras, ¿nos
iríamos a la cama esta noche? —Lo miro fijamente, él tira la cabeza hacia atrás
y suelta una carcajada.
—Joder, vaya pregunta, Mir. ¿En serio quieres que
te conteste? —me dice cuando para de reír.
—Va, no te cortes. ¿Crees que estoy buena?
—¿Quieres la versión «amigo» o la versión «hombre
objetivo»?
—Quiero la versión hombre adulto que sabe lo que
quiere —contesto seria, sin apartar mi mirada de la suya.
—Qué intensita estás hoy. —Se acerca a mi oído y,
entonces, sigue hablando, tan cerca de mi oreja que puedo sentir cómo su
aliento me acaricia—. Eres jodidamente sexi, tu cuerpo tiene unas curvas de
infarto que cualquiera querría recorrer con su lengua y tu culo es perfecto. Si
no fueras mi amiga, ahora mismo estaría suplicándote que me dejaras meterme
entre tus piernas durante lo que queda de noche y, después, una vez más.
Despacio, doy un paso atrás. Sé que mis ojos están
abiertos como platos mientras miro a Marc, que por una fracción de segundo me
observa serio, pero solo dura eso, ni un segundo, y entonces una sonrisa
socarrona se extiende por su cara. A mí me entra la risa y ambos estallamos en
carcajadas mientras nos doblamos por la mitad.
Me acerco a él y le rodeo con un brazo la cintura
para acercarlo y poder hablarle.
—Eres un cabrón. Me has puesto muy muy cachonda,
ahora, sí o sí, voy a tener que buscarme un ligue para esta noche —le digo
mientras él sigue riendo.
Su brazo rodea mis hombros y me aprieta un poco
para llamar mi atención antes de hablar.
—Creo que ya lo has encontrado.
Lo miro confusa y él me señala con la cabeza hacia
el otro lado de la pista. Me giro hacia allí y veo a un tipo que me mira sin
disimular.
—Lleva bastante rato observándote.
—Oye, pues es bastante mono —le digo y me separo de
él—. ¿Qué tal estoy? —Me aliso el vestido y doy una vuelta.
Me mira durante unos segundos de arriba abajo con los
ojos entrecerrados y la mano rascando su mentón antes de contestar.
—Explosiva.
—¡Genial! ¿Sabías que me flipan las chupas de
cuero? —Le guiño un ojo y me doy la vuelta para ir a encontrarme con el bombón
al otro lado de la pista.
—Y no es por las motos, ¿verdad? —grita Marc cuando
me he alejado un par de pasos.
—Es por Grease —le contesto por encima del
hombro antes de seguir avanzando hacia mi objetivo.
Al final, el tipo resulta ser un poco serio, pero
besa bien. Bailamos algunas canciones, nos tomamos una copa hablando de todo y
nada, cerca de la barra, y antes de darme cuenta, me está preguntando si nos
vamos a su casa. Acepto y le pido que me espere mientras aviso a mi amigo de
que me voy.
Cuando establezco contacto visual con Marc, veo que
está rodeado de más gente. Desde lejos me pregunta con señas qué tal ha ido. Le
respondo con un gesto afirmativo y él sonríe. Entonces, hace otra señal
empujando sus caderas hacia delante, para decirme si va a haber tema esta
noche. «Pues eso espero, Marc», pienso, y asiento con mi cara más perversa.
Dejamos los gestitos y nos acercamos a un punto intermedio.
—Enhorabuena, a ver si te da un buen meneo —me dice
al encontrarnos.
—Pinta bien, pero ya veremos. Oye, una cosa, cuando
salgo con las chicas, siempre les envío la ubicación cuando voy a casa de un
tío. Más que nada por si es un psicópata o un secuestrador, ¿sabes?
—Claro, pásamela cuando llegues allí. Cualquier
cosa rara, me llamas.
—Gracias, Marc. Lamento tener que dejarte, pero tú
no estás del todo mal acompañado y yo necesito echar un polvo.
—No te preocupes por mí, igual no eres la única que
se lo pasa bien esta noche.
—¡Suerte! —Le guiño un ojo.
—Ve, que tu amigo ya está ahí, esperándote.
—Hasta luego, bomberito —le digo mientras le doy un
abrazo rápido.
—Cuídate y pásalo bien.
Nada más entrar en casa del tipo, él coloca su mano
en mi nuca y me atrae hacia su cuerpo. Nos besamos con ganas. Nuestras lenguas
juegan entre sí y sus manos empiezan a recorrer mi silueta para deshacerse de
mi ropa.
—Tranquilo, puedo hacerlo yo sola —le digo al ver
que no acaba de acertar con la cremallera del vestido.
Asiente y empieza a besarme el cuello mientras
vamos dejando ropa tirada por el camino hasta que llegamos a su dormitorio.
Me gusta cómo besa, así que intuyo que lo que va a
venir a continuación solo puede ser bueno. Me acerco más a él para sentir su
cuerpo y dejo un reguero de mordisquitos en su cuello, provocándole un leve
gemido de placer. Bajo mi mano hasta su entrepierna y puedo notar que lo acabo
de poner a cien, porque, acto seguido, me empuja hacia la cama. Nos
desprendemos de la ropa interior y veo que me mira ávido. Yo sonrío, con la
expectativa de que lo que puede venir a continuación tiene que ver con su
lengua, porque se coloca de rodillas sobre el colchón. Pero, claro, ya me
extrañaba a mí que todo fuera tan perfecto. Cuando me quiero dar cuenta, está
colocándose un preservativo.
—Espera, ¿no vas un poco rápido? —suelto sin
pensármelo dos veces.
—¿No quieres hacerlo?
—Sí, sí quiero, pero…
—¿Entonces?
«Podrías tocarme un poco, imbécil». Pero eso,
obviamente, no lo digo en voz alta.
Me enderezo para besarlo de nuevo y es entonces
cuando le cojo una de sus manos y la llevo hasta mi clítoris. Él empieza a
mover sus dedos, rápido y sin apenas mirarme. Por descontado, por más que trato
de concentrarme, no consigo sentir nada. O, al menos, nada agradable, porque
mueve su mano como si estuviese completando una misión en algún videojuego; a
la velocidad del rayo y, para mi desgracia, con nula destreza. «Como siga así
me lo destroza».
Decido que tengo que parar esto cuanto antes, así
que intento otra cosa que pueda excitarme. Coloco mi mano sobre la suya y
empiezo a guiarlo sobre mi clítoris. Con la otra, agarro su pelo y lo acerco a
mi cuello, indicándole lo que quiero que haga.
Mi compañero de cama, sin embargo, tiene bastante
prisa y, en pocos minutos, se coloca sobre mí de nuevo y acopla sus caderas a
las mías. Al principio no está nada mal, se mueve decidido. Con cada uno de sus
envites mi cuerpo se levanta un poco del colchón y una sensación conocida
empieza a serpentear por mi cuerpo. Me emociono y me dejo llevar. Pero la
sensación de «uve» se desinfla cada vez más y, cuando me doy cuenta, oigo un
gruñido seco, y el tipo —Ángel, ha dicho que se llama— se desploma a mi lado.
—Ha estado muy bien, Miranda —suelta con un hilo de
voz tras un largo suspiro.
«¿Que ha estado bien? ¿Ya está?».
—Igual podríamos hacer otra cosa —propongo con mi
mejor cara de niña buena—. Pero
antes, voy un segundo al baño.
Él asiente y lo
pierdo de vista por un momento cuando accedo al lavabo para asearme un poco.
«La noche va de mal en peor, ¿será posible remontar esto?», pienso mientras
vuelvo a la habitación.
Cuando me acerco a
la cama, recibo mi respuesta en forma de sonoro ronquido.
—¡Joder! Pues vaya plan… —susurro.
Seguramente, ahora mismo debo de tener cara de
idiota mientras miro el techo de la habitación de este tío. Estoy a punto de
levantarme cuando pienso que primero echaré una cabezadita; hace mucho frío en
la calle y ahora mismo no me apetece salir. Pongo la alarma muy temprano en el
móvil y cierro los ojos mientras suspiro y espero a que me entre el sueño. Con
lo bien que me hubiera ido un orgasmo para dormir a gusto. Cuando ya he dado
como doscientas vueltas, intentando encontrar la posición correcta para dormir,
oigo unas voces amortiguadas. Debe de ser la compañera de Ángel, antes me ha
explicado que compartía piso.
Oigo que entra en la habitación de al lado cerrando
de un portazo y, después, un golpe sordo y un jadeo. ¡Joder! Alguien la ha
empotrado contra la puerta. Qué suerte tienen algunas. Ella sí ha sabido
elegir.
El rato pasa y un sinfín de gemidos, golpeteos de
la cama contra la pared y demás sonidos llegan hasta mí. «Joder, ese sí que se
lo ha currado; las comparaciones son odiosas». No puedo dormir y, además, me
estoy poniendo muy tontorrona mientras escucho a esos dos follar. ¿Quedaría muy
mal si pido unirme a la fiesta? Sí, creo que sí. Escondo la cabeza bajo la
almohada e intento dormirme.
***
La alarma del móvil me despierta. La apago, echo
una mirada rápida al lado y veo que Ángel sigue dormido. Recojo mis bragas y mi
sujetador y me los pongo antes de abandonar la habitación.
Cuando salgo, visualizo algunas de mis cosas en el
suelo del comedor y avanzo hasta que… lo veo. Me refiero al hombre al que he
escuchado darlo todo al otro lado de la pared. Está de espaldas, en
calzoncillos, y haciendo el desayuno en la cocina americana. Joder, te folla
como Dios y después te lleva el desayuno a la cama, eso sí que es nivel para un
ligue de una noche.
—¿Quieres un zumo? Estoy haciendo unas tostadas
—pregunta sin darse la vuelta. Su voz suena ronca por el sueño o, más bien, por
la falta de él.
Por mi mente pasan mil expresiones por minuto y
ninguna de ellas es apta para menores de dieciocho. Este tío debe de ser
deportista o algo, porque menuda espalda. Dios santo, madre del amor
hermoso, virgen de las angustias, pecadores benditos. Fijo que tiene la uve de los oblicuos marcada.
«Miranda, céntrate y vete de aquí. Bueno, igual por un zumito tampoco pasa
nada». Cojo uno de los vasos que hay preparados en la isla mientras, en mi
cabeza, estoy imaginando cómo será por delante. Entonces, se da la vuelta. Y
eso que veo sí que es una UVE de vértigo como Dios manda. Pero subo la mirada
y…
—¡¡Marc!! —Escupo el zumo de la impresión. Para ser
más exactos, lo escupo encima de su pecho.
—¡¡Miranda!! ¿Qué coño haces aquí? —grita él, casi
tan sorprendido como yo, mientras se seca con un trapo.
—Podría decir lo mismo de ti. —¿Debería taparme?
Ahora que sé que es Marc, no sé si es muy buena idea estar en ropa interior
delante de él. Bah, demasiado tarde.
En ese momento, él acaba de limpiarse el pecho y
veo que me observa. Recorre mi cuerpo con la mirada. Empieza por la punta de los
dedos de mis pies y sube muy lentamente, mucho, tanto que me pone un poco
nerviosa y trago saliva con dificultad. Algo raro en mí, pero es que me está
dando un buen repaso. Cuando por fin nuestros ojos se encuentran, durante una
décima de segundo, los suyos parecen nublados por algún motivo, pero
rápidamente parpadea y habla de nuevo:
—Madre mía, qué casualidad encontrarnos aquí. Pero
¿fue bien? Me enviaste un mensaje con la ubicación y un triste ok y no
sabía si tenía algo más que descifrar de eso. No pensé en abrir y mirar la
ubicación a no ser que me necesitaras, si no, hubiera sabido que estabas aquí.
—Mejor no hablemos, Marc, tengo que salir de aquí
antes de que se despierte ese tío.
—Eso suena a polvo frustrado…
—Estoy segura de que tú no puedes decir lo mismo,
porque, joder, nene, córtate un pelín, que se habrá enterado todo el vecindario
de tus tres rounds sexuales.
—Joder, Mir, ¿me has escuchado?
—Yo y estoy segura de que algunos más —me burlo un
poco y él bromea dándome un codazo—. ¡Mierda, mierda! —Digo en voz baja al ver
que Ángel sale de la habitación. Paso al otro lado de la isla y me agacho para
ocultarme de él. Marc está justo delante de mí, tratando de disimular.
—¿Una tostada? —suelta Marc a modo de saludo para
Ángel.
—No, gracias. Tengo que irme al hospital, me acaban
de llamar para hacer una guardia.
—Vaya, que te sea leve.
—Si todavía está aquí la pelirroja, dile que la
llamaré.
—Vale.
—La tengo loca.
—¿Tú no tenías prisa? —contesta Marc, que acaba de
poner los ojos en blanco tras su comentario.
—Venga, hasta luego.
—Gilipollas —decimos Marc y yo al unísono cuando ya
no puede oírnos.
—Ya puedes salir —me dice Marc, cuando se oye la
puerta de entrada cerrarse.
—Yo solo te pido que la próxima vez procures no
ponerme el paquete en toda la cara.
—Solo estaba tratando de que no te viera.
—¡¿Qué coño estáis haciendo?! ¿En serio? ¿Te lo
haces conmigo y luego con ella en mi puta cara? —vocifera alguien por detrás de
Marc.
—¡No es lo
que estás pensando! —se defiende él.
—Sí, claro, ¿y me explicas qué está haciendo esta chica de rodillas a la altura de
tu polla? ¡Capullo!
—Cálmate, es solo un malentendido —habla Marc en
tono conciliador.
—Y tú no puedes ser más guarra, ¿no? —Esta vez, la
chica se dirige a mí—. ¿Follaste anoche con mi compañero de piso y ahora te
quieres tirar a mi chico?
—A cualquier cosa le llaman follar… Mira, guapa, yo
me acuesto con quien me da la real gana —suelto al verme insultada.
—¿Por qué le hablas así? No te ha hecho nada, y no
alucines, que no soy tu chico. Lo de anoche estuvo de puta madre, pero
ya está, creía que había quedado claro —le dice Marc.
—Pero ¿cómo puedes…? ¡Largo de mi casa! ¡Fuera!
Nos empuja de malas maneras y nos echa,
literalmente, del piso. Marc coge al vuelo su ropa, que estaba apoyada en el
brazo del sofá, y yo logro coger mi bolso antes de cruzar la puerta.
—¡Eh, eh! Pero dame el resto de mi ropa —grito,
dando golpes en la puerta.
—Por favor, Alejandra, te juro que has
malinterpretado la situación —vuelve a justificarse Marc, a ver si nos da la
ropa que nos falta.
—Ese vestido era mi favorito y el que mejor me
quedaba. —Hago pucheros.
—Doy fe de ello —dice en tono de broma Marc mientras se pone los pantalones.
—¡Marc! —Le suelto un manotazo.
En el rellano del edificio y en bragas, lo miro sin
saber muy bien si reírme o llorar. Cuando nuestras miradas se cruzan,
estallamos en carcajadas porque la situación no puede ser más surrealista.
—¿Y ahora qué hacemos?
—¿Pedimos un taxi? —sugiere.
—Estoy en bragas y sujetador.
—Toma, ponte mi camiseta.
—¿Y si llamamos a alguien de confianza y le pedimos
que nos traiga algo de ropa? —propongo.
—Buena idea, seguro que Evan estará despierto,
suele salir a correr temprano.
—Dale.
Marc saca su móvil del bolsillo del pantalón y empieza
a llamar.
—Tío, necesito que me hagas un favor.
—…
—Sí, sí, ya sé que esto te recuerda a algo. Te debo
una, pero, por favor, ven a buscar a este pobre infeliz. Te mando la ubicación.
Ah, y tráete algo de ropa, por favor. Los pantalones más pequeños que tengas y
un par de sudaderas.
—…
—Mejor no hagas preguntas.
***
Evan aparece en menos de quince minutos y, cuando
nos ve juntos, medio en cueros, tiritando de frío y andando con el mayor de los
sigilos, se descojona en nuestra cara.
—Pero ¿qué…? Me tenéis que explicar esto o sacaré
mis propias conclusiones y será mucho peor —dice Evan—. Tenéis ropa en el
asiento de atrás.
—Gracias, Evan, Dios te lo pague con lo que sea que
te haga feliz en esta vida —le digo mientras me contorsiono en el asiento de
atrás para ponerme los pantalones.
—Pero ¿me vais a contar que hacéis en pelotas en la
otra punta de Barcelona?
—Pues no te lo vas a creer… —empieza a explicarle Marc.
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